En las concurridas calles de San José, Pablo, un joven de 28 años, se ganaba la vida como repartidor de una
popular aplicación de entrega de comida. Cada día, montaba su bicicleta y
recorría la capital costarricense, llevando pedidos a domicilio con la
esperanza de construir un futuro mejor.
Al principio, Pablo vio este trabajo como una
oportunidad prometedora. La flexibilidad de horarios le permitía compaginar el
trabajo con sus estudios, y la demanda constante de pedidos parecía garantizar
un ingreso estable. Sin embargo, con el paso de los meses, una sensación de
desasosiego comenzó a crecer en su interior.
La aplicación trataba a Pablo como un simple
número en un vasto algoritmo. Sus necesidades humanas —descanso, seguridad,
estabilidad— parecían irrelevantes para el sistema que gobernaba su trabajo.
Las largas jornadas bajo el sol abrasador o la lluvia torrencial, la presión
constante por mantener una calificación perfecta, y la falta de beneficios
laborales básicos empezaron a pesar sobre sus hombros.
Un día particularmente agotador, mientras
esperaba para recoger un pedido en un restaurante del centro, Pablo se encontró
con Martín, un viejo amigo de la escuela que ahora estudiaba derecho. Durante
su breve charla, Martín mencionó algo que captó la atención de Pablo: el
artículo 56 de la Constitución de Costa Rica.
Esa noche, intrigado por las palabras de su
amigo y exhausto después de otra jornada interminable, Pablo buscó el texto
completo del artículo:
"El trabajo es un derecho del individuo y
una obligación con la sociedad. El Estado debe procurar que todos tengan
ocupación honesta y útil, debidamente remunerada, e impedir que por causa de
ella se establezcan condiciones que en alguna forma menoscaben la libertad o la
dignidad del hombre o degraden su trabajo a la condición de simple
mercancía."
Las palabras resonaron profundamente en Pablo,
golpeándolo como una revelación. Se quedó mirando fijamente la pantalla de su
teléfono, el mismo dispositivo que controlaba cada aspecto de su vida laboral,
dictando sus movimientos, calificando su desempeño y determinando sus ingresos.
En ese momento, Pablo se dio cuenta de la amarga
verdad de su situación. A pesar de sus esfuerzos, su dedicación y las largas
horas de trabajo, se había convertido exactamente en lo que el artículo
constitucional advertía: una simple mercancía. No era más que un engranaje
reemplazable en la vasta maquinaria de la economía de plataformas.
Su trabajo, aunque útil para la sociedad, no
estaba siendo valorado adecuadamente. La flexibilidad que una vez apreció ahora
parecía una ilusión que ocultaba una realidad más oscura de explotación y
deshumanización. La aplicación no veía a Pablo como un ser humano con
necesidades, sueños y dignidad, sino como un punto en un mapa, un número en una
estadística.
Pablo se dio cuenta de que cada notificación,
cada pedido aceptado, cada calificación recibida, lo alejaba más de su dignidad
como trabajador y como ser humano. El algoritmo no se preocupaba por su
bienestar, por si había comido, descansado o si estaba enfermo. Solo le
importaba que los pedidos se entregaran lo más rápido posible.
Con una mezcla de tristeza y rabia, Pablo
comprendió que su situación era un claro ejemplo de cómo el trabajo podía
degradarse "a la condición de simple mercancía". La Constitución de
su país, el documento que debería proteger sus derechos, parecía un ideal
lejano y olvidado frente a la realidad de la economía digital.
Esa noche, mientras la ciudad dormía y su
teléfono seguía emitiendo notificaciones de nuevos pedidos, Pablo se enfrentó a
una dolorosa verdad: en el mundo de las aplicaciones y los algoritmos, su
dignidad como trabajador se había perdido. Era, a los ojos del sistema, nada
más que una mercancía, un recurso para ser utilizado y desechado según los
caprichos de un código informático.
Con esta amarga revelación pesando sobre él,
Pablo apagó su teléfono y se sumió en un sueño intranquilo, preguntándose cómo
había llegado a este punto y si habría alguna forma de recuperar la dignidad
que sentía haber perdido en el camino.
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