En el oscuro valle de “Las Haciendas Eternas”, donde el silencio no era más que el eco de una opresión que duraba décadas, la empresa "Fábricas del Porvenir" reinaba como una sombra perpetua sobre los abacaleros. Durante más de cinco décadas, esta compañía había perfeccionado un sistema de explotación que los condenaba a una existencia que la Corte describiría como “condiciones de vida incompatibles con la dignidad humana, que mantuvieron a las y los abacaleros en una situación de extrema vulnerabilidad, sin posibilidad de acceder a otras fuentes de sustento”Silvio Tenaz, líder de los condenados, había nacido y crecido en esos campamentos, lugares que según la sentencia “carecían de luz, agua potable, instalaciones sanitarias básicas ni acceso a servicios de educación y salud”.
Para los niños, no había infancia. “Dentro de las haciendas de Furukawa vivirían niñas y niños quienes también cosecharían abacá en beneficio de la empresa”.
Pero romper las cadenas no era fácil. Los contratos que los abacaleros firmaban eran trampas legales diseñadas para perpetuar su esclavitud. Según la sentencia, la empresa utilizaba “contratos de arrendamiento suscritos con personas en situación de extrema vulnerabilidad” y estos acuerdos servían para “dotar de una aparente legalidad a esta práctica”
Los días eran interminables. Los hombres trabajaban hasta que sus cuerpos colapsaban, y las mujeres enterraban a sus hijos, víctimas de enfermedades evitables por la falta de atención médica. “El sistema de producción del abacá fue controlado por Furukawa, quien sería su única beneficiaria”, declaró la Corte
La chispa de esperanza llegó un
día cuando un turista perdido apareció en el campamento. Sus ojos horrorizados
contemplaron las condiciones de vida que, según los testimonios, incluían
personas que “vivían sin cédulas de identidad y sin acceso a servicios básicos.
Armado con un teléfono móvil, grabó imágenes y envió una carta a la Corte
Constitucional, junto con videos y testimonios desgarradores que retrataban la
realidad de los abacaleros.
El juicio que siguió fue un
espectáculo grotesco. Los representantes de la empresa afirmaron que las
condiciones eran parte de una “relación comercial legítima” y que los
trabajadores vivían allí por elección propia. Pero los abacaleros llevaron su
verdad al estrado. “Nos han tratado como herramientas, no como seres humanos.
Hemos perdido todo, incluso nuestras extremidades, mientras ellos cuentan sus
ganancias”, declaró una madre que había perdido a dos hijos en los campamentos.
La Corte Constitucional no dejó lugar a dudas. En su histórica sentencia, declaró: “Furukawa Plantaciones del Ecuador C.A. sometió a las personas a servidumbre de la gleba, anulando su dignidad humana y violando la prohibición de la esclavitud”.
Las medidas ordenadas por la Corte incluyeron indemnizaciones económicas,
disculpas públicas, reformas legales y la creación de un documental para
preservar la memoria de lo ocurrido.
Con las reparaciones, los
abacaleros transformaron las tierras que antes los esclavizaron. Las “Haciendas
Eternas” se convirtieron en “Esperanza Abacá”. En el centro del pueblo, una
estatua de Silvio, con un machete en una mano y una cadena rota en la otra, se erigió
como un símbolo de resistencia. La inscripción en su base decía:
“Por aquellos que sufrieron y murieron sin libertad. Por aquellos que nunca más
serán esclavizados. Aquí comienza nuestra dignidad”.
En el aniversario de la
sentencia, Martina, una anciana que había perdido tres hijos en las haciendas,
llevó flores al memorial. Con los ojos llenos de lágrimas, susurró:
—Ellos no vivieron para ver este día, pero lucharon para que llegara. Nunca
olvidaremos lo que sufrimos, porque nuestra memoria es nuestra fuerza.
Inspirado en la
sentencia 1072-21-JP/24, que desenmascaró la brutalidad de la servidumbre de la
gleba y marcó un hito en la lucha por la dignidad humana.
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